Ideogramas Reiki - Ann Love

Qué es el Reiki?

Por ANN LOVE BELLANN LOVE BELL


Reiki es la capacidad que tiene toda persona de convertirse en un canal de Energía Vital Universal.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Codependencia: adicción al amor


Hoy os traigo un artículo que, aunque desconozco autor (yo lo encontré aquí completo. Y en otras webs por partes), me ha resultado muy interesante. Os lo transcribo. Es largo, pero vale la dicha estar bien informados en este tema. Dice así:

Codependencia: adicción al amor



En la radio suena una canción: “No sé vivir sin ti, si tú no estás aquí ya nada importa, mi vida no tiene sentido sin tu amor…”. Si pensamos detenidamente en el verdadero significado de esta letra tan romántica e inofensiva, nos daremos cuenta de que en realidad entraña mucho peligro… La codependencia es una adicción, una droga muy dura.

Codependencia se define como el ciclo de patrones de conducta y pensamientos disfuncionales que producen dolor y que se repiten de manera compulsiva como respuesta a una relación enferma y alienante. El codependiente no puede vivir sin la persona objeto de su adicción, ya sea un familiar, amigo, compañero de trabajo o pareja. En una relación de estas características, el codependiente se funde y se confunde con la otra persona hasta el punto de llegar a perder su propia identidad. “Lo da todo” por el otro, busca incansablemente a su salvador, de modo que sus deseos y necesidades quedan relegados a un segundo plano, lo que, obviamente, deviene en una negación de sí mismo. Esta autonegación crea en el individuo codependiente una constante sensación de ansiedad y de vacío insaciable. El miedo al abandono es su mayor miedo, aunque no el único, también teme por su propia identidad e independencia.


Como el deseo es insaciable, el codependiente es el eterno frutrado. Poco a poco aumenta su tiranía, despotismo y autocastigo alimentan sus manipulaciones, recrudecen su situación y todo se torna un círculo vicioso.

El amor es una experiencia esencial. Todos acariciamos el deseo de tener amor e intimidad en nuestra vida. Pero algo tan natural se ha vuelto difícil. ¿Por qué? Porque para tener verdadera intimidad, para disfrutar de auténtico amor, hemos de respetarnos y aceptarnos tal cual somos, seres únicos y perfectos, dignos de amar y ser amados. Es nuestra condición de seres humanos. Todos y cada uno de nosotros estamos equipados para amar y ser felices. Es más, esta debería ser nuestra verdadera tarea en este planeta, laboratorio perfecto para drenar nuestros sufrimientos y limpiar nuestro pasado, rompiendo, con la claridad de nuestra conciencia, el círculo vicioso, samsara, de nacimientos y muertes en el que nos vemos inmersos, ad infinitum…

Para tener amor e intimidad hemos de derribar nuestras fronteras y estar dispuestos a desnudarnos y entregarnos. Sólo esa confianza plena puede ayudarnos a salir de nuestro aislamiento. Y esto no es tarea fácil. Más aún, nos da terror. Invertimos tanto en nuestra coraza, la hemos moldeado tan cuidadosamente y hecho tan sofisticada, que ya no sabemos vivir sin ella y, aunque nos lo propusiéramos ahora mismo, tampoco sabríamos cómo deshacernos, así de repente, de esa malla que hemos tejido alrededor de nuestro ser y que ahora nos mantiene prisioneros.

Freud y Jung pensaban que esta abundante, silenciosa y gravísima enfermedad mental era imposible de curar porque las personas sienten mucho placer manipulando, para obtener el fruto de sus deseos, unas veces como víctima, otras como salvador y otras como juez-verdugo. Yo creo que sí es posible curarse siempre que quieras y te entregues a una estricta e inflexible sadhana tántrica.

Desde que venimos al mundo nos han enseñado a no ser responsables. Nos han enseñado a depender, a ser responsables frente a nuestros padres, nuestra familia, amigos, sociedad, y una larga lista de condicionantes sociales, absurdos e inútiles. Nos inculcan la creencia de que hemos de vivir con arreglo a lo que es “útil”, -¿útil para quién?-, y de que tal cual somos, no somos adecuados. Así que parece que para ser dignos de amor, aceptación y respeto, debemos esforzarnos un poco más en aparentar lo que no somos, si no, no “encajas”. Ésta es la basura del actual paradigma universal: ser en serie, franquiciados. Y bajo esta demanda, el amor se ha convertido en un mercaderío barato. En realidad, confundimos sexo con amor y usamos el sexo para obtener caprichos, entradas a discotecas, títulos universitarios, dinero, etc. Dedicando mucho tiempo y esfuerzo a adornar ese objeto a la venta: el cuerpo. Mientras, en nuestros corazones, sólo reinan la soledad, el dolor, la desesperanza y el miedo.

Poco a poco, hemos ido domesticando nuestro ser salvaje hasta convertirnos en felpudos. Y si queremos recuperar nuestra dignidad y nuestra capacidad de amar, toda pose, máscara y mentira, toda hipocresía y sumisión debe desaparecer de nuestras vidas. Intimar significa abrirse, dejar que otro ser entre en nosotros, estrechar lazos, compartir, bajar la guardia, no quiere decir sometimiento. Sabemos que eso de abrirnos nos expone y nos coloca en el pantanoso terreno de la vulnerabilidad, sabemos que es arriesgado y que puede dolernos mucho, pero esa es la manera. Y si amamos de verdad, ¿a qué tenerle miedo?, sólo por el sencillo hecho de amar, la felicidad llena nuestras vidas y nos ilumina. Amar es un regalo divino. Sin embargo, siempre esperamos algo a cambio, siempre encontramos un motivo para ensuciar el amor de interés y de miedo. Entonces el amor ya no es más amor. Y a esto, precisamente, es a lo que llamamos: codependencia.
El codependiente alimenta su autoestima sintiéndose deseado o útil. Todos estamos infectados de codependencia, porque en esta vida terrenal el miedo es más fuerte que el amor …Y si no, “quien esté libre de pecado…”

La codependencia se manifiesta de distintos modos.

Para algunas personas es una forma de dependencia: no pueden poner fin a su relación, aún sabiendo de que no hay amor ni crecimiento en sus vidas, porque esa es la única forma de sentirse importantes.
Otras cambian de pareja/salvador constantemente, incapaces de sostener una relación estable, íntima y profunda.


También se manifiesta con la promiscuidad sexual, la cual nos hace mercadear con el sexo confundiendo sexo y amor.


La promiscuidad espiritual es la búsqueda incansable de un salvador que nos diga aquello que deseamos oír no para sanarnos sino para aprender nuevas técnicas de manipulación o para sentirnos importantes siendo la pareja de ese Maestro al que idolatramos por encima del resto de mortales.


Hay otra categoría no menos importante, la de los que rechazan la simple idea de crear cualquier tipo de vínculo por temor al abandono y/o a perder su independencia. 


Más allá del mero propósito biológico, la intimidad nos brinda una posibilidad de autodescubrirnos, de crecer y de sanar internamente. Es una oportunidad inmejorable para evolucionar de la codependencia al amor. Ahora bien, para ello necesitamos unos cuantos requisitos nada fáciles de superar, aunque no son imposibles: valor, sinceridad y esfuerzo. Debemos reconocer dónde estamos, hacernos conscientes de quiénes somos y aceptar nuestra situación. Mientras neguemos nuestra realidad y pensemos que son los demás el origen de nuestros sufrimientos, mientras pretendamos cambiar al otro a nuestra imagen y semejanza, según nuestros criterios y propia conveniencia, viviremos sumergidos en el “amor” codependiente, es decir en el desamor.


El amor no es una luna de miel, es una transformación. Cuando la fase oral termina y declina el deseo impulsivo, entonces surge la posibilidad de que nazca un amor más sereno, maduro, y más auténtico. Para eso hemos de estar dispuestos a ir más allá del ego; someternos a una verdadera revolución interna, ser vulnerables y aceptar la responsabilidad de nuestras heridas, y no vivir de expectativas, estar en contacto con nuestras necesidades y respetarnos por encima de todo. Porque antes o después, la intimidad pondrá en evidencia aquello que llevamos dentro y no podemos o no queremos ver. Por eso el amor nos atrae tanto como nos asusta, porque nos desnuda y nos expone, nos hace tocar el cielo y el infierno, nos invita a compartir, a crecer, a caer y confiar, nuevamente.


La codependencia no sólo se manifiesta en las relaciones de pareja, sino en todos los ámbitos en los que estamos en contacto con los demás; en cualquier situación de la vida cotidiana donde nos podamos involucrar con otros individuos. Es por ello, que esta cuestión tiene tanta importancia, porque las relaciones son la piedra angular de nuestra vida. Y en este asunto, el vivir desde nuestra autenticidad, desde la atalaya de quienes realmente somos, se plantea como una necesidad absolutamente vital, prioritaria e indispensable.
El trabajo personal en relación a la Codependencia, en esencia, nos pone en contacto con nuestra fragilidad, con esa parte a la que pedagógicamente se le llama el “niño interior”. Es un trabajo que exige valor y honestidad. Valor para conectar y mirar de frente aquello que más miedo y vergüenza nos da; y honestidad para llegar a darnos cuenta de que la causa de nuestro dolor radica, precisamente, en que para evitar ese dolor nos hemos apartado de nuestro centro y hemos desviado la mirada hacia otro lado, buscando culpables, o tal vez buscando alguna víctima propiciatoria que satisfaga nuestras necesidades más básicas.
Hay que ser muy estricto para no ceder cuando el ego llama la atención chantajeando como víctima, salvador o juez-verdugo.

Codependencia: amor o necesidad
¿Puede el amor absorbernos de tal forma que se convierta en una adicción? La respuesta correcta es que si hay adicción, no hay amor. Pero parece que hay personas que siempre se enamoran de los más conflictivos, de aquellos que están más desvalidos y que más necesitan de nuestra ayuda. Y es aquí donde entra en juego la codependencia: no lo hacen para amarles desinteresadamente y ayudarles mejorar. Lo hacen por interés y necesidad, para sentir que son útiles y queridos, lo cual es un grave error en sí mismo. Estas relaciones siempre son problemáticas porque están sostenidas en una base enfermiza de desequilibrio y dependencia, y se convierten en destructivas. Cuando esto ocurre, estamos ante el síndrome de la codependencia.


Tipos de codependientes

La más común es la de una pareja en la que uno de sus miembros sufre una enfermedad o una adicción (alcoholismo, ludopatía, drogas…), y el otro dedica su vida a cuidarle y a ayudarle, pero sin dejar que se cure completamente, ya que lo que da sentido a su vida es saberse útil y necesitado.

El codependiente siente necesidad y satisfacción resolviéndole la vida a su pareja, o a los demás, esto les hace sentir importantes.


Hay otro tipo de codependiente, que es egoísta y dominante, y no deja crecer nada a su alrededor, un individuo que chupa la energía de cuantos están a su lado. A este tipo le denominamos “vampiro energético”.
Otros codependientes son tan celosos que no toleran la presencia de nadie, e incluso pueden infringir malos tratos físicos o psíquicos a su pareja si tienen la más mínima sospecha.


Si le hubiera cortado las alas habría sido mío, no habría escapado. Pero habría dejado de ser pájaro y yo lo que amaba era un pájaro.


A veces hay una violencia soterrada y llena de silencio y de miedo. Es un juego de poder, una lucha en la que cada uno ejerce su forma de control del otro, asumiendo papeles de víctima, salvador, o juez-verdugo. Los expertos coinciden en que quien está inmerso en una relación de codependencia, nunca se da cuenta de ello por sí mismo, corresponde a un tercero, desde fuera, la responsabilidad de hacerlo evidente. 

Lógicamente, si la relación es gratificante para ambas partes, si no hay dolor y se afronta lo cotidiano de un modo aceptable, no hay que meterse a juzgar porqué funciona. Sólo hay que intervenir cuando la relación es un infierno y hace daño a terceros, o a uno de los miembros de la pareja.

La codependencia puede provocar una serie de síntomas psicosomáticos inespecíficos, como dolores de cabeza, desarreglos digestivos y menstruales o insomnio; y trastornos psicológicos, como depresión, obesidad o bulimia… Los primeros síntomas de alarma serían no estar a gusto y mostrar insatisfacción permanente, no sentirse feliz, no querer llegar a casa, falta de deseo y de alicientes. Ante esto siempre cabe preguntarnos ¿qué me pasa?.

El miedo al compromiso

El miedo a la intimidad y al compromiso, a la dependencia amorosa y a entregarse, que hoy día se da con tanta frecuencia, son también tipos de relación dependientes. A muchas personas, cuando sienten deseo o atracción por alguien, o se enamoran, les surge automáticamente el miedo a la dependencia y al compromiso. Esto suele sucederles a personas con experiencias dolorosas y frustrantes, o a hijos de padres separados.


Quien teme a la intimidad y al compromiso inicia una relación que desea realmente pero que corta a medida que el deseo toma forma. Así va iniciando relaciones que nunca se consolidan, y entra en un ciclo que se va repitiendo. Si no se sincera consigo mismo y no afronta cuáles son sus verdaderas necesidades y se arriesga al compromiso, difícilmente encontrará lo que tanto desea y busca: SER FELIZ.

Las causas de la codependencia

A menudo, las personas codependientes han sido objeto de algún tipo de abuso físico o verbal, o sufrieron el abandono de uno de sus padres, o de ambos. El codependiente busca alivio en alguna adicción para “anestesiarse” de su dolor. A veces lo hace a través de relaciones personales disfuncionales y, muchas veces, dañinas; o mediante adicciones al dinero, el sexo, la ira, las drogas, la bebida, etc. El codependiente está atado a lo que le sucedió en su familia de origen y se siente internamente torturado por ello, aunque la mayoría de las veces no se da cuenta de lo que le está sucediendo.


Los codependientes son como los yonkies. Deben aprender que el amor no se mendiga ni se posee. El amor es evolución, es iluminación.

Dos tipos de hijos con padres codependientes, niños maltratados física o psicológicamente. Codependencia transgeneracional.

Niños que crecieron sin haber escuchado mensajes importantes de sus padres, mensajes de amor, ratificación o confianza. Debido a ello al crecer se sienten abandonados, su baja autoestima les impulsa a buscar la aprobación de otras personas para sentirse mejor consigo mismos. A veces, su hambre de amor y aprobación es tan grande que están dispuestos a soportar cualquier cosa con tal de recibir aunque sólo sean “migajas” de cariño y atención. La sanación de estos niños, algunos con más de 50 años, sólo necesita de dos cosas: amor y firmeza. Amor incondicional, dado y recibido sin esperar nada a cambio; y firmeza para no ceder ante las llamadas de atención, chantages y manipulaciones en forma de víctima, salvador, juez, perseguidor o verdugo.

Cuando los niños abandonados, los del caso anterior, crecen y se hacen padres se convierten en justo lo contrario a lo que han vivido con sus respectivos padres. Son inflexiblemente dependientes de sus hijos, concediéndoles toda su atención y caprichos, están excesivamente pendientes de cuando sus hijos lloran. Sus hijos nunca son culpables de nada cuando les ocurre algo en el colegio con los profesores u otros niños. Les obligan a vivir en una burbuja de “amor” impidiéndoles que les llegue el más mínimo dolor. Estos padres se sumergen en sus hijos olvidándose de sus parejas o trabajo, causas del abandono y traición hacia sus hijos, para después darse cuenta, cuando crecen los niños, que o bien no tienen personalidad propia o bien son unos tiranos que no saben vivir en sociedad ni ocuparse de sus propios asunstos, son unos perfectos inútiles con sus propias emociones y problemas. Pero, sobretodo, se sorprenden de que sus hijos les odian.
El caso más famoso de niño codependiente es el de Adolf Hitler. Su padre, hijo ilegítimo según la Iglesía, maltrataba física y psicológicamente a Adolf; su madre lo consentía y sobreprotegía. Hijo del incesto entre tío y sobrina. Ambos con férreos prejuicios monoteístas que condicionaban lo que estaba bien y lo que estaba mal. La adicción al odio que tenía a judíos, gitanos, homosexuales. etc. venía por el odio a sus padres judíos. Su homosexualidad una venganza hacia esos prejuicios monoteístas que le dominaron toda la vida. El matrimonio con Eva Braun una tapadera para esconder su homosexualidad. Su régimen Totalitario fue un intento de destruir la vieja moralidad monoteísta y establecer un Nuevo Orden, el Tercer Reich. Alemania necesitaba un Espacio Vital para sobrevivir por eso invadió a los países limítrofes, pero ese Espacio Vital era un reflejo de esa intimidad tan frágil que sentía miedo y peligro por doquier. Un salvador, que no se salva primero de sí mismo, acaba convirtiéndose en el Supremo Tirano y Verdugo de la sociedad.


Los límites y cómo establecerlos

Los límites emocionales nos capacitan para protegernos y nos permiten conocernos mejor a nosotros mismos, y por tanto, nos facilitan la relación con los demás. Poner límites, respetar espacios ajenos, nos ayuda a asegurarnos de que nuestro comportamiento es apropiado e impide que ofendamos a los demás o seamos ofendidos. Si hemos establecido límites normales, nos damos cuenta de cuándo estamos siendo abusados. La persona que no ha puesto límites no se da cuenta de que está siendo abusada física, emocional o intelectualmente.


Lamentablemente, los codependientes, y en especial los hijos de alcohólicos o maltratados física o psicológicamente, permanecen en relaciones abusivas porque no han sabido establecer límites a su comportamiento o al de los demás. Para poder recuperarse y recobrar su identidad y su autorespeto estas personas necesitan aprender a establecerlos.

Los padres deben enseñar a sus hijos a poner límites desde que son pequeños. La forma en que un niño aprende es diciendo “no” cuando sea preciso, pero sin despotismo sino siendo amable, lo cual le ayuda a reafirmar su identidad personal. Los padres “normales” comprenden que las necesidades y los sentimientos de sus hijos deben de ser respetados pero no consentidos ad infinitum. Sin embargo, en las familias disfuncionales, la atención la recibe la persona enferma o adicta, y sus hijos amoldan su comportamiento para complacer a esa persona o para evitar disgustarle. Cuando los niños se enfocan en sus padres, pasando por alto sus necesidades y sentimientos, no adquieren los recursos necesarios para poder reconocer sus propios sentimientos, saber lo que piensan, quienes son, o para aprender a comportarse en ciertas ocasiones. Esto es, precisamente, lo que hace que la persona no tenga o ponga límites, y se convierta en codependiente.


En muchos casos, los hijos de padres codependientes temen las consecuencias si se niegan a hacer algo que ellos consideran injusto o inapropiado. Debido a esto quizás jamás aprendan donde terminan sus límites y comienzan los de los demás. Los padres, o maestros de escuela, no violan deliberadamente los límites de los niños; y si lo hacen es porque no tienen un claro sentido de su propia identidad o no comprenden la importancia de enseñar a los niños a poner límites. Cuando nuestros límites emocionales son violados, nos sentimos devaluados como personas y no podemos aceptar o dar amor de una forma normal y adecuada. Construimos muros en lugar de límites, e inclusive rechazamos los halagos que nos hacen y dudamos de cualquier persona que esté tratando de acercarse a nosotros.

Aquel que, lleno de impulso y confianza,
sigue la palabra de su Maestro,
el que, por la brida del conocimiento,
retiene al corcel del pensamiento,
con sus sentidos apaciguados
la felicidad disfrutará ahí.
Entonces, ¿quién podría morir y quién ser matado?
Lalleshvari, Maestra Saiva de Cachemira s. XIV.


La manera de comenzar a establecer o reconstruir nuestros límites emocionales es prestar atención a nuestros sentimientos de vergüenza. Si la sentimos con ciertas personas, nos debemos preguntar si nuestros límites están siendo violados, y examinar nuestros sentimientos para poder saberlo. Si nos damos cuenta de que alguien los ha violado, debemos decirle a esa persona que nos hace sentir mal, aunque en ese momento todavía no sepamos el por qué.

Es imprescindible que aprendamos a valorarnos y a consolar y cuidar al niño que todos llevamos adentro. Si los sentimientos de temor, ira o dolor nos agobian, debemos buscar ayuda profesional. De ese modo, conoceremos su origen y aprenderemos a cuidarnos, a valorarnos, y a establecer límites. Escribir un diario, por ejemplo, puede ayudarnos a conocernos mejor y saber lo que nos gusta o disgusta, y lo que deseamos llegar a ser.

Cuando comenzamos a establecer límites, a veces encontramos oposición en los que están más cerca de nosotros, especialmente de aquellos que violaron nuestros límites. Quizás hasta nuestra relación con ellos se deteriore temporalmente. Sin embargo, con el tiempo, según vayamos sanándonos, nuestras relaciones mejorarán. Nadie más que nosotros mismos puede establecer los límites que necesitamos. El hacerlo quizás requiera ayuda o guía profesional, pero la responsabilidad total para hacerlo la tenemos cada uno de nosotros, individualmente.

El desprendimiento emocional

Lo primero que debemos definir al hablar de desprendimiento emocional, son los términos “atadura emocional” o codependencia. Decimos que existe atadura emocional cuando una persona se encuentra aferrada emocionalmente a cosas negativas o patológicas de alguien cercano, sea esposo, hijo, pariente, o compañero de trabajo.


Esta codependencia se manifiesta de dos maneras, fundamentalmente: un entrometimiento en las cosas ajenas que no le conciernen, y un hacerse cargo de las responsabilidades del otro individuo, lo que propicia su comportamiento irresponsable.

Una de las primeras cosas que se deben hacer cuando se quiere superar la codependencia es iniciar el proceso del desprendimiento emocional. No se trata de distanciamiento físico, aunque en los casos de violencia extrema hay que recurrir a él, sino, más bien, de no aceptar conductas inadecuadas, como son la adicción a las drogas, agresividad extrema, actos de rebeldía y maltratos.

Gana un reino quién maneja su espada.
Gana el Cielo quién practicó ofrendas y limosnas.
Gana la revelación de la Esencia innata (connatural),
quién siguió la palabra de su Maestro.
Por su pecado o su virtud,
el hombre mismo recoge sus frutos.
Lalleshvari, Maestra Saiva de Cachemira s. XIV.


Es muy doloroso cuando hay que aconsejar a un padre el desprendimiento emocional de un hijo, y que éste lo confunda con desamor, desinterés o ignorancia del problema. La mayoría de las veces, los padres reaccionan mal porque piensan que se les está pidiendo que dejen a un lado el dolor que la situación les produce. ¡No se trata de eso! Ningún terapeuta puede quitar el dolor a nadie; pero sí le puede eliminar la necesidad obsesiva de intervenir, o de pretender tomar el control de una situación que se le ha ido de las manos.

Las personas que están atadas emocionalmente a alguien se sienten responsables por cada una de las cosas que hagan o dejen de hacer los otros. Y piensan que pueden tener el control o pueden evitar que esa persona llegue a cometer actos de irresponsabilidad, como drogarse, conducir ebrio o gastarse la paga del mes en una máquina tragaperras. El codependiente, entonces, se vuelve protector. Está siempre tratando de averiguar qué pasará, dónde estará, con quién, qué estará haciendo… Y, así, deja de vivir su propia vida para vivir en función del otro. Esto afecta su entorno, sus relaciones sociales, familiares y laborales y, por supuesto, su salud. Es un comportamiento patológico. Es una enfermedad.

Entrar en el proceso de desprendimiento emocional es indispensable para mejorar la autoestima de cualquier codependiente, pero es necesario, también, que esa disposición nazca de uno mismo. Ninguna persona puede trabajar su autoestima, ni puede cuidarse, ni menos quererse, si primero no hace un distanciamiento de la persona que le está agrediendo. Por mucho que se preocupe y sufra, no va a lograr nada. No hay madre ni padre que, por medio de amenazas, llanto o ruegos, logre que su hijo deje su adicción a las drogas o a las malas compañías. Por eso hay que aprender a desprenderse por completo.

Un requisito indispensable para comenzar a trabajar el desprendimiento emocional, es tener conciencia de que uno está atado emocionalmente a alguien. Desprenderse emocionalmente es “no entrar en el juego”, no prestarse al abuso, ni de palabra, ni de obra. Tenemos que hacer nuestra parte, sí, pero muchas veces, nuestra parte es no hacer nada. O hacerlo de una manera positiva, diferente. Cambiar de estrategia, dejar las cosas claras y hacerlo con cariño y comprensión. Esto es desprendimiento. No hay lamentos ni hay reproches, no hay imposiciones ni gritos. Das una solución, pero al mismo tiempo tomas distancia del problema.

Desprendimiento no es falta de amor. Desprendimiento es no “tragar” más con esa situación dolorosa. Cuando no se pueden cambiar las cosas, es más sano mirarlas de otra forma. Al cambiar la percepción se logra sacar más provecho de ellas. Eso es crecimiento. Un cambio de actitud provoca que las personas que nos rodean también se movilicen hacia ese cambio para tratar de amoldarse a la nueva situación. Esto es sano. Si continúas atado emocionalmente, tu vida se desbarata, porque tiendes a vivirla desde la anormalidad del otro. Esto es codependencia.

Contradependientes o antidependientes
Algunas personas, quizás las más capaces de percibir sus miedos, aquellas que no logran reprimir sus sentimientos con tanta facilidad, reaccionan aterradas ante su dependencia y se transforman en contradependientes. Los contradependientes, o antidependientes, temen la intimidad porque, al ser tan débiles sus fronteras, saben que pueden llegar a perderse en su pareja si se enamoran, y sufrir como ya han sufrido en el pasado. Entonces se alejan del amor y de la gente. Estas personas afirman no necesitar nada de nadie. Aseguran no necesitar amor, y se encierran en su soledad, -tal vez rodeados de gente-, sin permitir que nadie se acerque lo suficiente como para llegar a algo más íntimo. Perciben la cercanía de los demás como una amenaza a su propia integridad.


Todo acto que efectúo es un culto ofrecido,
toda palabra que pronuncio, un mantra es.
Todo lo que en mi cuerpo vivo,
ese Reconocimiento revela:
Esto, todo esto, es el Tantra del Supremo Shiva.
Lalleshvari, Maestra Saiva de Cachemira s. XIV.


Mirar atrás puede ser parte de lo que tengan que hacer en su búsqueda de la identidad perdida. Heridas del pasado, errores transmitidos de generación en generación que se aprenden y se repiten una y otra vez, y que se seguirán repitiendo, mientras no haya un miembro de la familia que se atreva a analizar en profundidad el comportamiento del clan familiar, y a romper, de una vez por todas, la cadena de codependencia. Y lo peor, es que muchas veces se continúa reaccionando con esas mismas conductas adictivas y limitantes, aún sabiendo que son perjudiciales para el propio crecimiento evolutivo.

Probablemente, siendo niños, escuchamos muchas veces frases como estas: “eso no se hace”, “no está bien hablar de los problemas, guárdalos para ti”, o “no es correcto expresar enfado”, “no seas nunca egoísta”, “sé siempre fuerte y bueno”, y nos hicieron sentir vergüenza y culpa, porque lo que deseábamos estaba en contradicción con lo que debíamos hacer. Nos inculcaron que está mal anteponer las necesidades propias a las ajenas, -que eso es ser egoístas-, sin darse cuenta de que lo que estaban fomentando era la baja autoestima, la dependencia, el considerarnos menos importantes y valiosos que los demás. Nos dieron consejos como estos, “haz siempre lo correcto y no cometas errores”, “la aprobación de los demás es muy importante, tienes que gustarles, tienes que aceptarlos, no dejes nunca que piensen mal de ti”; y nos machacaron con aseveraciones del tipo: “yo sé lo que te conviene, sé lo que necesitas, sé lo que es mejor para ti”, forzándonos a ir por el mundo con una enorme carga de estrés, desgastando nuestra energía en esconder nuestros verdaderos sentimientos y nuestro yo más auténtico.

Estas personas deberían revisar y meditar mucho a cerca de sus decrépitas y castrantes actitudes, y dejar de buscar culpables removiendo en el pasado, lamentando una y otra vez lo sucedido. Lo sano, lo evolutivo, es abrirse a nuevos modelos de comportamiento en los que el amor y el respeto por uno mismo sean lo primordial, puesto que ésto constituye el fundamento de toda relación sólida y saludable, sustanciada en la confianza y la autoestima.

Finalmente, sería muy injusto dejar de mencionar el lado positivo de la personalidad codependiente. Tras sus problemas de dependencia hay un fondo noble, amable y altruista. Son, a menudo, las personas más dulces, pero si su verdadero ser está siendo negado y reprimido, nunca lograrán compartir su forma de ser de un modo constructivo. Una vez recuperadas de su codependencia son, sin duda, personas que cualquiera querría tener como amigas. Fieles y dignas de confianza, saben tener en cuenta la opinión de los demás. Están ahí cuando las necesitas, siempre dispuestas a ayudarte. Son atentas y se preocupan de fomentar los buenos sentimientos entre ellas y los demás. Son, en sí mismas, una paradoja, porque casi cualquiera podría amarlas.