HOY... Volví a buscar en el libro "Ser Mujer", editado por Connie Zweing, y allí lo encontré. Os lo transcribo:
Dice Connie en la página 231...
En algunas tribus nativas americanas, existe una mujer a la que se forma en el arte de la sexualidad para iniciar a los muchachos durante su pubertad en los secretos del cuerpo femenino. Esta “Mujer de Fuego” y su contrapartida, el “Hombre de Fuego”, que inicia a las muchachas, son venerados como maestros de lo sagrado. Ambos reciben una amplia formación, y a sus iniciados e iniciadas se les permite hacer el amor con ellos todo el tiempo que deseen. En el contexto de la Quodoushka, como se llama a esta sexualidad nativa sagrada, hacer el amor constituye una práctica y una curación espiritual que, de manera ideal, tendría que estar disponible para todo el mundo.
Deena Metger, psicoterapeuta de Los Ángeles, poetisa y escritora, nos dice que la Mujer de Fuego tenía una precursora en los tiempos antiguos, la Quedishtu, o Prostituta Sagrada. Esta facilitaba el acceso a lo sagrado, antes de que se produjera la falsa división entre lo pecaminoso y sagrado, sacerdotisa y sacerdote, cuerpo y mente, y antes de que lo Femenino cayera en desgracia y fuera abandonado y lo Masculino se convirtiera en la única esfera de poder. Como encarnación de la Diosa, conducía a los hombres a reconectar con lo sagrado en ellos y con lo sagrado en ella. Históricamente, todas las mujeres cumplían esta función en el templo, en ocasiones por un período tan largo como un año.
Hoy día, por supuesto, esta idea no sólo es chocante, sino que también constituye tal herejía que es difícil que sea comprendida. Se ha reforzado la escisión entre sexualidad y espiritualidad. Hemos sido desposeídos de nuestra sexualidad natural, nuestros instintos han sido reprimidos y nuestro sentido de lo sagrado ha sido desterrado a la otra vida. Como señala Metzger, en un universo sagrado, aquella es sagrada; en un universo profano, es una fulana.
El ensayo provocativo y original de Metzger es, como decíamos en los años sesenta, una llamada a las armas amorosas: la autora pide que hagamos el amor como acto político… y que hagamos el amor como un acto espiritual; hace un llamamiento a la resacralización de nuestros cuerpos y de nuestras entrañas. Deena Metger, la autora del texto que transcribimos, es poetisa, novelista, dramaturga y psicoterapeuta de Los Ángeles.
La prostituta original era una sacerdotisa, el conducto a lo divino, aquella a través de cuyo cuerpo uno entraba en la plaza sagrada y era restaurado. Los guerreros y los soldados, mancillados por los combates del mundo de los hombres, acudían a la Prostituta Sagrada, la Quedishtu, que significa literalmente “la no contaminada”, para ser purificados y unidos de nuevo a los dioses. La Quedishtu o Quadesh se asocia con varias diosas, entre las que se incluyen Hathor, Ishtar, Anath, Astrté y Asherah. Es interesante señalar que, según Patricia Monaghan en The Book of Goddesses and Heroines, Astarté significaba originalmente “La del Útero”, pero aparece en el Antiguo Testamento como Astoreth, que significa “cosa vergonzosa”.
A pesar de las Escrituras y del pensamiento ortodoxo, la guerra se veía como algo que separaba a los hombres de los dioses, y uno tenía que volverse a conectar para ser capaz de entrar de nuevo en la sociedad. El cuerpo y el acto sexual eran los medios de volver a entrar. Siendo el cuerpo el instrumento, inevitablemente el placer era algo que lo acompañaba, pero el atributo esencial de la sexualidad en este contexto era la oración.
Pero no es de extrañar, desde el principio, los primeros patriarcas, los sacerdotes de Judea e Israel, los profetas de Jehová, todos ellos condenasen a las Prostitutas Sagradas y el culto a Asherah, Astarté, Anath y a las demás diosas. Hasta la época de los sacerdotes, las mujeres eran una puerta a lo divino. Si los sacerdotes deseaban interponerse entre el pueblo y lo divino, tenían que apartar a las mujeres de aquella función. Así pues, no se trataba de que la sexualidad fuera considerada originalmente pecaminosa por sí misma, o de que la sexualidad de las mujeres amenazase la propiedad y la descendencia; se trataba de que para obtener el poder, los sacerdotes tenían que reemplazar a las mujeres como camino hacia lo divino –esa puerta tenía que ser cerrada-. Podemos elaborar la hipótesis de que la terrible misoginia que sufrimos todas las mujeres fue instituida con este objetivo.
Las mujeres han sido el vínculo esencial de los tres mundos. Vinimos al mundo a través de la madre; a través de los ritos de Deméter e Isis entrábamos en el mundo subterráneo; y a través de la Prostituta Sagrada llegábamos a lo divino. El acceso era personal e incondicional. No bastaba con que un nuevo sacerdocio suplantase a las mujeres. En la época de la Quedishtu, todas las mujeres servían a los dioses como Prostituta Sagrada, frecuentemente por un período tan largo como un año. Esto contradecía la hegemonía que el sacerdocio requería.
Tres de los caminos esenciales hacia los tres mundos estaban bloqueados o habían sido desviados. Los dioses no murieron en tiempos de Nietzsche, sino muchos siglos antes con la subversión del sacerdocio femenino, y la secularización y degradación del cuerpo sagrado.
Este artículo trata de la seducción, del coqueteo, del eros; es un intento de restaurar la tradición, de instituir de nuevo una manera de ver el mundo. No se trata solamente de restaurar las prácticas, sino sobre todo de restaurar la conciencia de la que pueden provenir estas prácticas.
¿Cuál fue el impacto en el mundo de la supresión de la Prostituta Sagrada? No nos preocupa aquí la supresión de ciertos ritos, sino más bien la privación de la conciencia implícita en esta supresión. Cesaron todas las prácticas que veneraban la vía femenina. Fueron suprimidos los Misterios eléusicos, que habían proporcionado la inmortalidad; fueron suprimidos los misterios de Cabeiri, creados concretamente para redimir a las personas que tenían sangre en sus manos; se infundió un sentido de culpabilidad a la protección; fueron condenados los festivales de fertilidad, que habían proporcionado el vínculo entre la tierra y el espíritu. Cuando los sacerdotes separaron el cuerpo de los dioses, separaron al mismo tiempo lo divino de la naturaleza, creando así la escisión mente-cuerpo. El mundo se secularizó. Sólo podemos especular sobre sus consecuencias, aunque debemos admitir que se produjeron consecuencias cuando los hombres volvieron de la guerra sin la posibilidad de limpiar la sangre de sus manos, cuando no se reconstituía la comunidad física y cotidiana entre los dioses y la gente. No era la mujer en sí misma la que era atacada, sino que eran los dioses mismos a los que se exiliaba. Tal vez al mundo tal como hemos llegado a conocerlo –impersonal, abstracto, frío y embrutecido- fue engendrado en esta división.
En un universo sagrado, la prostituta es una mujer santa, una sacerdotisa. En un universo secular, la prostituta es una ramera. En esta distinción se encuentra la agonía de nuestras vidas.
Vampiresa: Una mujer que hace lo que puede para encantar o cautivar utilizando sus atractivos sexuales.
Neo-vampiresa: remediar, reparar, renovar, restaurar o restablecer.
En 1978, escribí una novela, The Woman Who Slept with Men to Take the War Out of Them, sobre las Prostitutas Sagradas. En la novela, una mujer llamada Ada anda por la calle de una ciudad ocupada, de vuelta del cementerio, y pasa de largo por delante de su casa hacia la casa del general; entra en ella sin decir palabra y se introduce en su cama sin vergüenza. Lo hace en pleno conocimiento de que está llevando a cabo un acto político. Más adelante, Grace, una vieja prostituta, rememora:
“Eran dulces los hombres que venían. No permitíamos látigos ni material duro. Y cuando se iban… ¡pobres corderillos! ¿Crees que las viudas nos enviaban una cesta en Navidad con un pequeño jamón casero para darnos las gracias?.
Siempre solían decir que esos hombres hubieran destrozado la ciudad entera el sábado por la noche, sin no hubiera sido por nosotras. Pensé que debíamos haber recibido una condecoración del Ayuntamiento. Tal como lo pensaba se lo dije al jefe de policía. Éramos la mejor inversión en la ley y el orden que jamás se hubiera hecho.”
¿Qué significa volver a coquetear con una sociedad? Significa que debemos volvernos vampiresas de nuevo, seres sexuales/espirituales, que debemos manifestar el eros. Esto significa que debemos cambiarnos a nosotras mismas desde nuestros propios cimientos. No podemos convertirnos en los instrumentos capaces de volver a santificar la sociedad, a menos que estemos dispuestas a convertirnos una vez más en sacerdotisas que sirven a los dioses, no en teoría o con prácticas vacías, sino a partir de nuestra misma naturaleza. Significa que debemos identificarnos con eros, sin importarnos las consecuencias aparentes para nosotras mismas. Incluso si parece extravagante e inoportuno, incluso si nos hace vulnerables. Significa que no podemos ser distraídas de esta tarea, por el placer, el poder, la lujuria o la cólera. Exige una sincera dedicación otra vez.
Sin embargo, es exactamente esta dedicación de nuevo a los principios de lo Femenino la que es tan problemática. Lo femenino ha sido tan desvalorizado y degradado que tiene muy poco poder en el mundo; hemos sufrido tantas pérdidas de oportunidades, hemos sido tan oprimidas, que es difícil, cuando no aparentemente imposible, continuar representando lo Femenino en el mundo sin sentirnos como si nos estuviéramos abriendo a nosotras mismas a una violación ulterior. Así pues, estamos atrapadas en una terrible paradoja. Para sentirnos poderosas, para adquirir alguna ventaja, debemos aprender las mismas maneras masculinas que nos oprimen y que están a punto de destruir el mundo. En cualquier caso, parece que participamos en nuestra propia destrucción. Pero si utilizamos lo Femenino, es posible que el planeta sobreviva, y también la especie, y que más adelante prosperemos. Sin lo Femenino y eros todo está irremediablemente perdido.
Como parte de este nuevo orden espiritual, tenemos que abordar dos herejías. La segunda es volver a santificar el cuerpo; la primera –una tarea aún más difícil- es volver a la percepción neolítica, pagana y matriarcal del universo sagrado en sí mismo. Pero echar por la borda el pensamiento secular puede ser el acto herético del siglo. Es por eso por lo que nos encontramos en medio de tanto dolor psíquico.
Susan Griffin escribe lo que sigue en el último capítulo, titulado “Eros”, de Pornography and Silence:
Llegar a ser la Prostituta Sagrada es estar dispuesta a sufrir la agonía de la conciencia que exige lo herético. Significa la voluntad y la capacidad de mantener una visón del mundo cuando la mayoría sostiene otra. Es comprometerse con eros, el vínculo, la conexión, cuando el mundo valora thanatos, la separación y la indiferencia. La Prostituta Sagrada fue cada Mujer, y se puso disponible al servicio de los dioses, especialmente de aquellos que moraban fuera de su territorio. La Prostituta Sagrada contemporánea tiene que estar dispuesta a aportar lo sagrado a quien se ha hecho profano; debe ser la que acoge “al otro”, la que hace el amor con “el otro” para volverle a conectar con la comunidad. Es portadora de la creencia de que “el otro” no quiere seguir siendo un marginal.
Estas ideas son viejas y conocidas, fáciles de decir, pero muy difíciles de poner en práctica. Aunque es cierto que cuando las ideas se convierten en creencia dentro de nosotras mismas, sucede la transformación fuera de nosotras.
Yo he hecho un trabajo llamado desarme personal. Pido a cada persona que se considere a sí misma como una nación-estado y que se imponga a sí misma las condiciones que le gustaría imponer al país. En este ejercicio debe identificar a sus enemigos, sus ejércitos, los sistemas defensivo y ofensivo, las armas secretas, etcétera. Después de este autoexamen, le pido comprometerse públicamente al menos a un solo acto de desarme personal para iniciar el cambio a un mundo pacífico. Creo que nuestro militarismo y nuestra actitud defensiva son signos de nuestra agresividad y de nuestros miedos internos. Creo en última instancia que sería más fácil desarmarnos como nación, si nos desarmamos previamente como individuos.
Hay que hacer el mismo examen con el problema que tenemos entre manos. Sería absurdo construir burdeles adjuntos a nuestros templos y enviar a ellos a nuestras jóvenes a los dieciocho años, y además no cambiaría nada; nada puede cambiar mientras continuemos desvalorizando lo Femenino, denigrando el cuerpo y sin creer en el universo como algo sagrado. Es claro que la revolución sexual lo ha demostrado, ya que no ha cambiado nada. Así pues no es el sexo, a fin y al cabo, lo que andamos buscando, sino algo mucho más profundo.
La tarea consiste en aceptar el cuerpo como espiritual, y la sexualidad y el amor erótico como disciplinas espirituales; creer que eros es pragmático; honrar lo Femenino incluso cuando es deshonrado o desfavorecido. He aquí algunas de las cuestiones que creo que es adecuado preguntarnos a nosotras mismas:
¿Contra quién me cierro?
¿Cuándo dejo de tener tiempo para el amor o para el eros?
¿Cuándo considero que eros es inconveniente, una carga, o inoportuno?
¿Cuándo considero que eros es peligroso para mí?
¿Cuándo me complazco en la carga erótica de la culpabilidad?
¿Cuándo respondo a la idea de pecado, la acepto o la provoco?
¿Cuándo utilizo la sexualidad más para distraer que para comunicar?
¿Cuándo rechazo a eros porque soy rechazada?
¿Cuándo engaño a mi cuerpo?
¿Cuándo refuerzo la división mente/cuerpo?
¿Cuándo y cómo denigro lo Femenino?
¿Cuándo rechazo a los dioses? ¿Cuándo finjo creer en ellos?
Con que frecuencia estoy de acuerdo con el “mundo real”?
Durante una meditación guiada, fui puesta a prueba por una gran mujer luminosa, de aproximadamente dos metros de altura, que era claramente la imagen de una diosa, aunque nunca se me habían aparecido imágenes de diosas en ninguna de mis propias meditaciones. Sus cabellos estaban hechos de luz. Cuando se me acercó, quedé invadida al mismo tiempo por el sobrecogimiento, a causa de su belleza, y por una especie de terror ante su presencia. Si la integraba dentro de mí, sabía que mi vida cambiaría, que tendría que abandonar muchas formas masculinas que había adoptado para manejarme con éxito en el mundo. La mujer era poderosa, pero su poder era un poder de receptividad, resonancia, magnetismo e irradiación. Tenía el poder de eros; ella me trajo hacia sí.
Cuando apareció, me acordé de la afirmación de una amiga: “Cuando llega al vientre”, me había dicho Diana Linden, “todas queremos el badajo; no queremos ser el cuerpo (de la campana), pero es el cuerpo el que toca”. A pesar de la advertencia, cuando ella apareció, viví conscientemente el terror de lo Femenino sobre el que había oído hablar y había leído con tanta frecuencia. Estaba asustada de mi propia naturaleza. En aquel momento, me prometí a mí misma arriesgarme a la herejía, convertirme a cualquier coste a lo Femenino.
Así pues, aunque he escrito y pensado sobre ello, aunque he intentado actuar en consecuencia, debo admitir que no he sido capaz de encarnar totalmente la función de la Prostituta Sagrada. Esto me llena de tristeza, y también de respeto ante la dificultad de la tarea. Pero me comprometo conmigo misma: es ella la mujer que aspiro a ser.”
Así, en ello, estoy... siendo una prostituta sagrada... ¡Aceptando a la naturaleza y al cuerpo como espiritual!; honrando lo femenino incluso cuando es deshonrado o desfavorecido, acogiendo "al otro", pese a todo, para conectarlo de nuevo, desde el Amor.
Pronto más.
Con Amor,